Huitzilopochtli
(en náhuatl Huītzilōpōchtli; AFI [wiːtsiloːˈpoːtʃtɬi]: ) fue
la principal deidad de los mexicas.
También fue conocido como Ilhuicatl Xoxouhqui y ha sido asociado con el sol. A la llegada de los españoles a Mesoamérica,
era la deidad más adorada en el Altiplano Central por imposición de los
mexicas. Los conquistadores lo llamaron Huichilobos (el topónimo Churubusco deriva de Huītzilōpōchco)
Nacimiento
Según la leyenda, Huitzilopochtli nació de Coatlicue, la Madre
Tierra, quien quedó embarazada con una bola de plumas o algodón azulino que
cayó del cielo mientras barría los templos de la sierra de Tollan. Sus 400
hermanos al notar el embarazo de su madre y a instancias de su hermana Coyolxauhqui,
decidieron ejecutar al hijo al nacer para ocultar la supuesta deshonra, pero
Huitzilopochtli nació y mató a la mayoría. Tomó a la serpiente de fuego
Xiuhcoatl entre sus manos, le dio forma de hacha y venció y mató con enorme
facilidad a Coyolxauhqui,
quien quedó desmembrada al caer por las laderas de los cerros. Huitzilopochtli
tomó la cabeza de su hermana y la arrojó al cielo, con lo que se convirtió en
la Luna, siendo
Huitzilopochtli el Sol.
Este suceso era
celebrado por los Mexica-Nahuatlacas el último día del decimoquinto mes del
calendario náhuatl que es Pānquetzaliztli (Levantamiento de las Banderas). En el
libro del historiador Rafael Tena «El Calendario Mexica y la Cronografía»
publicado por el Instituto Nacional de Antropología e Historia de México, da
como correlación de esta fiesta el día 9 de diciembre del calendario juliano o en su diferencia el 19 de diciembre
del vigente calendario gregoriano, con la variante del
18 de diciembre en años bisiestos.
Huitzilopochtli y
Tezcatlipoca Azul
Al ser Huitzilopochtli una deidad originaria de México-Tenochtitlan y sin predecesores identificables a
los distintos pueblos mesoamericanos, los antiguos mexicas elevaron a
Huitzilopochtli a la misma posición de otras deidades más reconocidas como Xipetótec, Quetzalcóatl y Tezcatlipoca como uno de los Cuatro Tezcatlipocas, dejando reflejado su
identificación mítica como el Tezcatlipoca
Azul, cuyo reino sagrado o punto cardinal fuese el Sur. Pero tras el
auge del México-Tenochtitlan, los culhuas-mexicas habrían separado el
nacimiento de Huitzilopochtli en dos mitos individualizados, el Huitzilopochtli
nacido de los dioses primordiales Ometecuhtli y Omecihuatl bajo el relato de la creación del
universo, siendo quien incendiara al Medio Sol creado por Quetzalcóatl, representando
así la voluntad para decidir y ordenar la creación del mundo, el universo y a
la humanidad; Mientras el Huitzilopochtli hijo de Coatlicue (la tierra), la cual según el mito
quedara embarazada al tocar unas plumas (o alternativamente de Mixcóatl)
ayudará a su madre contra su hermana Coyolxauhqui (la luna) y sus hermanos Centzon
Huitznáhuac (las
estrellas meridionales), que desearon asesinarla por deshonra, simbolizando así
la perpetua lucha entre el sol y la luna a través del firmamento como el dios
solar patrón del fuego, de la guerra, de las batallas y de las tácticas
bélicas.
Por lo tanto y desde
entonces los Tlahtoānis de la Gran Tenochtitlan,
fortalecían al dios Huitzilopochtli con la sangre humana de los sacrificios, la
cual lograría alimentar la vida indefinidamente del Sol sobre la cima del Templo Mayor,
distinguiéndose entre dos manifestaciones representadas por dos historias; Tezcatlipoca
Azul o Huitzilopochtli
(voluntad solar) y Huitzilopochtli (guerra solar).
Fundación
de Tenochtitlan
Aztlán significa en náhuatl «lugar de la blancura» o «lugar de
garzas» y la leyenda dice que al dejar esta mítica isla dentro un lago del
Norte vagaron años hasta que en el Sur se establecieron en Coatepec cerca de Tula. Pero más tarde los seguidores de
Huitzilopochtli pensaron irse, mientras los de su hermana Coyolxauhqui querían quedarse. Se libró una batalla
en la que los seguidores de Huitzilopochtli se comenzaron a llamar mexicas (mēxihcah,
en náhuatl) en honor a Mextli, un dios guerrero.
Según la leyenda dejaron de llamarse aztecas cuando se les apareció en sueños a
cuatro sacerdotes en el cerro de Chapultepec (hoy absorbido por la Ciudad de México).
Entonces siguieron hacia
el Sur hasta que Huitzilopotchi les indicó donde fundar la nueva capital, México-Tenochtitlan en el valle del Anáhuac al medio del lago de Texcoco,
una ciudad llena de canales.
Adoración
Señor de una civilización dedicada a la guerra, era un dios
eminentemente guerrero; cuando los aztecas tomaron los dioses de las otras
culturas nahuas, como la Tolteca,
elevaron su dios al nivel de los grandes dioses de Mesoamérica, como Tláloc, Quetzalcóatl y Tezcatlipoca.
Así, en el centro de su
ciudad, Tenochtitlan, construyeron un templo con dos
altares, uno dedicado a Tláloc y el otro a Huitzilopochtli. Sobre el templo,
cada 52 años se la añadía otra construcción, cada vez más grande,
convirtiéndolo de una imponente edificación del mundo antiguo. En las ruinas
actuales se pueden ver las distintas etapas de construcción.
A estos dioses se les
ofrecían sacrificios humanos: a Tláloc, niños varones enfermos, y a
Huitzilopochtli cautivos de habla náhuatl, tomados en combate. Cuatro sacerdotes
sostenían al cautivo de cada extremidad y un quinto hacia una incisión con un
afilado cuchillo de obsidiana y extraía el corazón. El prisionero estaba
completamente cubierto de gris, que era el color del sacrificio, y tal vez
estaba drogado, pues los gritos se consideraban de mal gusto en el caso del
sacrificio a Huitzilopochtli.
El propósito de los
sacrificios a Huitzilopochtli era darle vigor para que pudiera subsistir en su
batalla diaria, y lograr así que el sol volviera a salir en el siguiente ciclo
de 52 años. Según la tradición nahua, han transcurrido 4 eras que terminaron en
desastre, y vivimos en la quinta creación que terminará en un año «uno
movimiento», esta fecha se repite cada 52 años en el calendario. Los mexicas
pensaban que alimentando al sol, Huitzilopochtli, se podría posponer el fin al
menos por otro ciclo. Ellos no pensaban que fuera necesario un sacrificio
diario. La Fiesta en honor a Huitzilopochtli se celebraba una vez al año. Esta
concepción no es común a los demás pueblos nahuas, y al parecer fue debida al
poderoso Tlacaélel, quien además instituyó la costumbre
de las «guerras floridas» a fin
de que Huitzilopochtli pudiera disponer de cautivos de habla náhuatl.
En la religión mexica, los guerreros que morían en
batalla, los que morían sacrificados y las mujeres que morían en el parto
estaban destinados al paraíso y quizás para (los relatos y escritos
sobrevivientes a la conquista no son muy claros en esto) renacer en esta tierra
como mariposas. Por ello se consideraba un honor ser sacrificado a
Huitzilopochtli.
Relato
del nacimiento de Huitzilopochtli
Mucho honraban los mexicas a Huitzilopochtli sabían
ellos que su origen, su principio fue de esta manera: En Coatépec, por el rumbo
de Tula, había estado viviendo, allí habitaba una mujer de nombre Coatlicue.
Era madre de los cuatrocientos Surianos y de una
hermana de éstos de nombre Coyolxauhqui.
Y esta Coatlicue allí hacía penitencia, barría,
tenía a su cargo barrer, así hacia penitencia, en Coatépec, la Montaña de la
Serpiente. Y una vez, cuando barría Coatlicue, sobre ella bajó un plumaje, como
una bola de plumas finas. En seguida lo recogió Coatlicue, lo colocó en su
seno.
Cuando terminó de barrer, buscó la pluma, que había
colocado en su seno, pero nada vio allí. En ese momento Coatlicue quedó
embarazada. Al ver los cuatrocientos Surianos que su madre estaba encinta,
mucho se enojaron, dijeron: -“¿Quién le ha hecho esto? ¿Quién la dejó encinta?
Nos afrenta, nos deshonra”.
Y su hermana Coyolxauhqui les dijo: “Hermanos, ella
nos ha deshonrado, hemos de matar a nuestra madre, la perversa que se encuentra
ya encinta. ¿Quién le hizo lo que lleva en el seno? Cuando supo esto Coatlicue,
mucho se espantó, mucho se entristeció. Pero su hijo Huitzilopochtli, que
estaba en su seno la confortaba, le decía:
-“No temas, yo sé lo que tengo que hacer” Habiendo
oído Coatlicue las palabras de su hijo, Y entretanto, los cuatrocientos
Surianos se juntaron para tomar acuerdo, y determinaron a una dar muerte a su
madre, porque ella los había infamado. Estaban muy enojados, estaban muy
irritados, como si su corazón se les fuera a salir. Coyolxauhqui mucho los
incitaba, avivaba la ira de sus hermanos, para qué .mataran a su madre.
Y los cuatrocientos Surianos se aprestaron, se
ataviaron para la guerra. Y estos cuatrocientos Surianos, eran como capitanes,
torcían y enredaban sus cabellos, como guerreros arreglaban su cabellera. Pero
uno llamado Cuahuitlícac era falso en sus palabras.
Lo que decían los cuatrocientos Surianos, enseguida
iba a decírselo, iba a comunicárselo a Huitzilopochtli. Y Huitzilopochtli le
respondía: -“Ten cuidado, está vigilante, tío mío, bien sé lo que tengo que
hacer”. Y cuando finalmente estuvieron de acuerdo, estuvieron resueltos los
cuatrocientos Surianos a matar, a acabar con su madre, luego se pusieron en
movimiento, los guiaba Coyolxauhqui. Iban bien robustecidos, ataviados,
guarnecidos para la guerra, se distribuyeron entre sí sus vestidos de papel, su
anecúyotl, sus ortigas, sus colgajos de papel pintado, se ataron campanillas en
sus pantorrillas, las campanillas llamadas oyohualli.
Sus flechas tenían puntas barbadas. Luego se
pusieron en movimiento, iban en orden, en fila, en ordenado escuadrón, los
guiaba Coyolxauhqui. Pero Cuahutlícac subió en seguida a la montaña, para
hablar desde allí a Huitzilopochtli, le dijo: -“Ya vienen”- Huitzilopochtli le
respondió: -“Mira bien por dónde vienen”.
Dijo entonces Cuahuitlícac: “Vienen ya por
Tzompantitlan” Y una vez más le dijo Huitzilopochtli: -“¿Por dónde vienen ya?
Cuahuitlícac le respondió: -“vienen ya por Coaxalpan”.
Y de nuevo Huitzilopochtli preguntó: -“Mira bien
por dónde vienen”. En seguida te contestó Cuahuitlícac: -“vienen ya por la
cuesta de la montaña”. Y todavía una vez más le dijo huitzilopochtli: -“Mira
bien por dónde vienen”.
Entonces le dijo Cuahuitlícac: -! Ya están en la
cumbre, ya llegan, los viene guiando Coyolxauhqui”.
En ese momento nació Huitzilopochtli, se vistió sus
atavíos, su escudo de plumas de águila, sus dardos, su lanza-dardos azul el
llamado lanza-dardos de turquesa. Se pintó su rostro con franjas diagonales,
con el color llamado ‘pintura de niño. Sobre su cabeza colocó plumas finas, se
puso sus orejeras.
Y uno de sus pies, el izquierdo era enjuto, llevaba
una sandalia cubierta de plumas, y sus dos piernas y sus dos brazos los llevaba
pintados de azul. Y el llamado Tochancalqui puso fuego a la serpiente hecha de
teas llamada Xiuhcóatl, que obedecía a Huitzilopochtli. Luego con ella hirió a
Coyolxauhqui, le cortó la cabeza, la cual vino a quedar abandonada en la ladera
de Coatépetl.
El cuerpo de Coyolxauhqui fue rodando hacia abajo,
cayó hecho pedazos, por diversas partes cayeron sus manos, sus piernas, su
cuerpo. Entonces Huitzilopochtli se irguió, persiguió a los cuatrocientos
Surianos, los fue acosando, los hizo dispersarse desde la cumbre del Coatépetl,
la montaña de la serpiente. Y cuando los había seguido hasta el pie de la
montaña los persiguió, los acosó cual conejos, en torno de la montaña. Cuatro
veces los hizo dar vueltas. En vano trataban de hacer algo en contra de él, en
vano se revolvían contra él, al son de los cascabeles y hacían golpear sus
escudos. Nada pudieron hacer, nada pudieron lograr, con nada pudieron
defenderse. Huitzilopochtli los acosó, los ahuyentó, los destruyó, los
aniquiló, los anonadó. Y ni entonces los dejó, continuaba persiguiéndolos.
Pero, ellos mucho le rogaban, le decían: -“¡Basta
ya!”. Pero Huitzilopochtli no se contentó con esto, con la fuerza se ensañaba
contra ellos, los perseguía. Sólo unos cuantos pudieron escapar de su
presencia, pudieron librarse de sus manos. Se dirigieron hacia el sur, porque
se dirigieron hacia el sur se llamar Surianos, los pocos que escaparon de las
manos de Huitzilopochtli. Y cuando Huitzilopochtli les hubo dado muerte, cuando
hubo dado salida a su ira, les quitó sus atavíos, sus adornos, su anecúyotl, se
los puso, se los apropió los incorporó a su destino, hizo de ellos sus propias
insignias. Nadie apareció jamás como su padre.
A él lo veneraban los mexicas, le hacían
sacrificios, lo honraban y servían. Y Huitzilopochtli recompensaba a quien así
obraba. Y su culto fue tomado de allí, de Coatépec, la montaña de la serpiente,
como se practicaba desde los tiempos
más antiguos.
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